¿Se petrificó la política?

Juan Carlos Cortés G.

La progresiva polarización de la sociedad y las consultas populares produjeron como efecto la generación de dos bloques sólidamente constituidos, entre los que se definirá el destino de la Presidencia.

El discurso radicalizante de las posturas mayoritarias ha condicionado el ambiente político, entre discusiones sobre el estremecedor relato de los falsos positivos, los debates por actuaciones de la fuerza pública y el episodio que deja como enseñanza “Zapateiro a tus zapatos”, decisiones judiciales de alto impacto y las constantes controversias por actuaciones de quienes participan en las campañas presidenciales, además de un panorama global de desequilibrio y guerra, en medio de la crisis económica que deja la pandemia.

Por condiciones matemáticas de la elección a varias vueltas, se provoca que en cada una reinicie el proceso con menos opciones, beneficiándose quienes tienen mayor capacidad de crecimiento.

Lidera las encuestas el candidato que por décadas ha incursionado en la política nacional, como resultado de un proceso de paz exitoso, que ha logrado consolidar un bloque en torno a ideas de cambio estructural. Se le acerca en intención de voto, el aspirante que articuló las fuerzas de una consulta electoral exitosa y que mueve al electorado en torno a una propuesta de modernización moderada por la continuidad.

El temor determina la suerte electoral. Tanto por la incertidumbre social y económica, como por la violencia delincuencial que se vive y los efectos de confusión y exasperación anímica que generan las prácticas de la posverdad y el uso irrazonado de las redes sociales.

El temor al triunfo del Pacto Histórico integra a disímiles fuerzas en un bloque en contra y su candidato se convierte en el referente de la contienda. Es como si el proceso electoral se agotara de un lado, en resistir los embates y, de otro, en convencer al electorado de la inconveniencia de un salto al vacío que, a su sentir, pondría en jaque el modelo económico y la democracia.

Se trata de dos países, que peligrosamente parecen negarse mutuamente. Una parte de la sociedad considera que hay que avanzar con ajustes, orden y oportunidades, y la otra, que emerge a la luz con un profundo descontento, se siente desconocida y demanda cambio.  Frente a ellas, un gobierno que concluye con realizaciones y una inmensa desconexión popular, en medio de la ausencia de diálogo social y la falta de propósitos que se sientan comunes a la colectividad.

Este panorama que recuerda el vivido por otros estados de la región, se diferencia notablemente por la fortaleza institucional de Colombia. En medio de las dificultades, el país cuenta con estructuras sociales consolidadas, específicamente en materia de libertad de prensa, tejido productivo y un sistema de justicia autónomo e independiente, que es la mejor garantía para la supervivencia democrática. Justicia sólida es democracia.

Romper el miedo es asunto clave para las elecciones. Votar masivamente y a conciencia por uno de los modelos propuestos y no en contra de, es un factor que liberaría a la sociedad de la emotividad desintegradora.

Darle dinámica a la política es superar la petrificación en que se encuentra, a partir de una mayor participación razonada de la sociedad y de un liderazgo de los candidatos presidenciables que coloque sobre la mesa las líneas estratégicas de sus propuestas y que comprometa su liderazgo en una gran consulta nacional sobre las reformas necesarias, como ocurrirá en Chile con la constitución, para que no se aplique por quien gane una política de tierra arrasada.

Consolidar un liderazgo presidencial que represente unidad nacional es un reto mayor a ganar las elecciones. La tarea compromete a todos.

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