Dos campesinas lideran un laboratorio de papas en Carmen de Carupa

Marcela Pinilla y Diana Rincón son primas y vecinas, por lo que desde sus casas cada una puede ver la parcela de la otra, en Carmen de Carupa, en el Altiplano Cundiboyacense. Así es como Marcela se da cuenta cuando Diana se levanta a las 5:15 de la mañana  a ordeñar vacas. “A veces me gana porque madruga más”, dice riendo. Luego trabajan en el hogar: cocinan, limpian y envasan la leche en cantinas para venderlas. 

Sin embargo, en 2021 una tarea se sumó a sus rutinas. A las ocho se dirigen hacia un peculiar laboratorio construido en medio de las montañas. Allí dejan sus ruanas para ponerse un par de batas blancas y cubrir sus largas cabelleras con gorros quirúrgicos azules. 

Lo que hacen ha permitido que en pleno corazón de Colombia, a más de 2500 metros de altura sobre la cordillera Oriental de Los Andes, campesinos y pequeños agricultores hayan vuelto a sembrar mortiña, sangre de toro, ratona, calavera y otras 34 variedades de papas nativas con curiosos nombres. 

Las hay enormes, medianas y pequeñas; redondas, alargadas y amorfas. Sus cáscaras tienen tonos cafés, amarillos y naranjas, y una vez se cortan por mitades aparecen formas que simulan dibujos, haciéndolas únicas y exóticas. 

Los campesinos de la zona dicen, habían dejado de sembrarlas porque son poco rentables. Las papas comerciales —sabanera, pastusa, R12 o criolla— son las que se encuentran en los mercados. Las nativas, como no se conocen, no se cultivan.  

“Se han ido perdiendo porque no han sido incluidas en las cadenas productivas”, explica la bióloga María del Pilar Márquez, profesora del Departamento de Biología en la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana. Una de esas razones es que solían ser exclusivas para el autoconsumo. 

Márquez lidera un proyecto de papas nativas y tubérculos andinos —financiado por el Fondo de Inversión para la Investigación Agrícola — que busca rescatar las papas nativas a través de la producción de semillas de buena calidad, lo que “redundará en menos costos de producción y menos costos ambientales”, asegura. De esa producción se encargan Marcela y Diana. 

Un laboratorio rodeado de montañas y ganado 

Marcela observa a través de un microscopio una planta de papa nativa. Con una pinza retira diminutos tejidos hasta que llega a los meristemos, células responsables del crecimiento vegetal que —después de un proceso de limpieza para eliminar enfermedades— sirven para que campesinos y pequeños productores cultiven papas de mejor calidad y así rescaten algunas de las variedades que se han perdido con el paso del tiempo. 

No se trata de una modificación genética, explica Márquez. Lo que hacen Diana y Marcela es escoger las semillas con mejor calidad genética y que son más resistentes a patógenos, para conservarlas en frascos de vidrio y llevarlas al invernadero. Luego se las entregan a los campesinos para que inicien la siembra con una buena materia prima y tengan mejores cosechas. 

Este proceso es conocido como ‘cultivo de tejidos’, que en palabras de Adriana Sáenz —profesora del Departamento de Biología de la Pontificia Universidad Javeriana e investigadora del proyecto— consiste en obtener una planta sana a partir de un tejido, que luego siembran en sus parcelas y, posteriormente, venden. 

Cada morfotipo de papa nativa se comporta de forma diferente al cultivo in vitro. Por eso, una de sus tareas ha sido priorizar la limpieza de algunas de ellas, que en el caso colombiano se trata de cinco variedades: jardinera, manzana, chaucha, andina y uva mora. Esta última es la que más se ha demorado en crecer, asegura Marcela. “Me impaciento porque quiero que crezcan rápido para seguir propagando”, relata. Junto a los docentes javerianos siguen buscando la forma de estandarizar los protocolos de producción para obtener mejores resultados y aplicarlos a los 33 morfotipos restantes. 

Además, el proyecto no se limita al rescate de las papas nativas. La bióloga Sáenz explica que en los cultivos han combinado diferentes hortalizas y plantas aromáticas como lechuga, brócoli, espinaca, arveja, caléndula, menta, hierbabuena y ají para así “colaborar con el control de plagas que afectan a estos cultivos y favorecer la seguridad alimentaria al incorporar otros alimentos en sus dietas”. Con esto lograron reducir en un 20 % la aplicación de agroquímicos, pues estas plantas acompañantes demostraron ser efectivas para repeler insectos y plagas.

Inesperado, pero gratificante 

Marcela y Diana dicen que nunca imaginaron convertirse en expertas en propagación in vitro y en biotecnología. Marcela estudió Administración Agropecuaria y cuenta que por su mente pasó que administraría una finca, pero no que extraería meristemos para conseguir papas de mejor calidad. 

Meristemos

“¿Qué iba a pensar yo que estaría preparando medios (de cultivo microbiológico) o que de una célula tan pequeña podría extraer una planta?”, confiesa Marcela y explica que al principio le costaba mucho trabajo “tener que dividirse” entre las labores de ordeño y las del laboratorio, pero ya se “acostumbró” y es muy feliz con lo que hace. 

Diana, por su parte, creía que “uno se casaba, tenía sus hijos y ahí ya se acababa”, pero se dio cuenta de que sí se puede repartir el tiempo para “hacer todo lo que se propone” porque como ella misma dice: “Cuando uno quiere, puede, y aunque al principio fue difícil, ya nos hemos adecuado y ahora, incluso, nos preguntan cuándo estudiamos biología”, cuenta, hoy orgullosa de su actividad.  

Foto: Pesquisa Javeriana

Platos llenos de colores 

La labor de estas primas no se queda en el laboratorio. Por diminutos que sean los tejidos que reproducen, lo que ellas hacen es gigante, pues entre esas paredes se germina este proyecto que busca rescatar nuestras raíces campesinas. Y es que quizá sin su intervención, no veríamos ni probaríamos papas nativas como la uva mora y la manzana, las cuales son fuente de carbohidratos bajos en grasa y cantidades importantes de vitamina C, hierro, calcio y zinc, de acuerdo con el Centro Internacional de la Papa (CIP). 

Gracias a la investigación, varios campesinos han vuelto a cultivar estas variedades en sus parcelas, muchas de las cuales ni siquiera Marcela o Diana conocían, a pesar de que siempre han vivido en Carmen de Carupa. Ahora son parte fundamental de sus recetas culinarias. 

Foto: Cortesía Root to food

Salvaguardar las raíces campesinas 

Las profesoras Márquez y Sáenz y el también profesor javeriano Wilson Terán han investigado sobre papas y tubérculos andinos desde el 2008, pero no fue sino hasta hace un par de años que apareció esta pesquisa en sus vidas, de la cual también participan investigadores y pequeños productores en Bolivia, donde han recuperado 55 morfotipos de papas nativas.  

Esta investigación espera beneficiar de forma directa a 250 familias de ambos países y ha permitido capacitar a más de 500 personas en temas de control de plagas y mejoras del rendimiento en los cultivos, así como a Marcela y Diana, quienes se han convertido en expertas en el manejo del laboratorio.  

Invernadero
Foto: Pesquisa Javeriana

Para ellas, el mayor valor del proyecto está justo en eso: que se han vuelto a conocer y a cultivar estas papas nativas. Esperan que a raíz de este trabajo los campesinos logren vender sus productos sin intermediarios para que los colores de estos tubérculos inunden los platos de restaurantes gourmet, hoteles y cualquier hogar dispuesto a incluir estas delicias en su dieta. 

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